Tengo que confesaros algo: no soporto los fréjoles (o judías verdes, que lo mismo me da). Debe ser algún trauma infantil. Pero no puedo con ellos. Y por eso nunca se los pongo a los niños. Hasta que la semana pasada en la caja llegó un hermoso mazo de fréjoles. Y dije: ‘ha llegado el momento’. Y los cociné. Os contaré que los niños los comieron emocionados. Por primera vez en su vida. Yo no pude probarlos. Quizás el próximo día. No pierdo la esperanza.