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No pasa nada si no come.

Damos demasiada importancia a comer y no a qué comer. La principal preocupación que suelen tener los padres es que el niño coma, aunque sea engañándole (y engañándose). Para solucionarlo, debemos establecer un número fijo de comidas diario y determinar qué vamos a tomar en cada una de ellas. Por ejemplo, si en el desayuno toca fruta y pan, no la cambiemos por zumo, mermelada u otro sustitutivo porque hay una variedad increíble de frutas para poder elegir la que más se ajuste al gusto de cada niño.

A la hora de comer, lo mejor es que se reúna toda la familia a la mesa y no encender la tele para hacer ese momento especial, dando más importancia a compartirlo que a la comida en sí. De manera que, si el niño no quiere comer ese día todo lo que queremos que coma, ¡no pasa nada!, seguro que no va a pasar hambre. Lo que no debemos es cambiarle la fruta por un bollo, obligarle a que se la coma o guardársela para la siguiente comida porque entonces ya tendremos otro menú planteado. Siguiendo esa dinámica, poco a poco, los niños se irán habituando a comer frutas y verduras.

 

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